Olga Torres

Olga Torres

Ya llevo más de un año en Ecuador, y se dice pronto. Parece que fue ayer cuando aún no creía que iba a vivir tal experiencia que marcaría un antes y un después en mi vida; cuando estaba empacando la maleta y despidiéndome de toda mi gente en Zaragoza para partir rumbo a Ecuador, al pueblito de Ricaurte, ahora ya mi Ecuador querido, mi Ricaurte amado.

Llegué a la Unidad Educativa de Educación Especial como voluntaria, dispuesta a ayudar en todo lo que pudiera e hiciera falta, y así fue, realizando una labor de trabajadora social voluntaria cooperante.

El inicio fue costoso, ya no por el hecho de alejarme de todo cuanto he tenido en mi vida, familia, amigos/as, trabajo,… si no por el proceso de adaptación a un país con una cultura diferente, por conocer el funcionamiento de la escuela, las profesoras, el alumnado, sus necesidades y sus familias.

Sin embargo, se me dio un espacio de adaptación y un acogimiento muy cercano, lo que supuso una mejor integración y de una manera más rápida. Al poco tiempo, ya me sentía como si llevara aquí mucho tiempo, realizando visitas domiciliarias con compañeras de trabajo muy predispuestas a ayudarme en lo que fuera; visitando a las familias, quienes abrieron sus puertas a mi persona, tratándome como una más. Por otro lado, con los chicos y chicas de la escuela fue una acogida espectacular, sinceramente no tengo palabras para poder describir lo que me han hecho sentir, me cogieron cariño desde el primer día y yo a ellos/as igual.

Durante todo este año he sido parte de esta maravillosa escuela donde acuden no sólo estudiantes con diferentes discapacidades físicas o intelectuales, sino también otros niños/as con dificultades sociales o conductuales, proporcionando mejoras en la calidad de vida ya no sólo de éstos, sino también de sus familias, habiendo una gran diversidad en sí mismas, aprendiendo con ello la importancia del respeto y la colaboración.

Gracias a esta gran oportunidad que se me ha brindado de venir hasta acá he podido desarrollarme mejor como profesional, asumiendo un rol y unas responsabilidades propias de mi formación pese a realizar mi voluntariado, sintiéndome valorada y respetada por las compañeras. Pero el aprendizaje y la experiencia no han sido gratificantes solo por ello, si no por toda la vivencia y las relaciones que he ido construyendo tanto con la gente aquí, como con los propios niños y niñas de la escuela.

Aquí he crecido como profesional, pero sobre todo como persona, y por ello se me va a dificultar mucho la salida. Tras 14 meses aquí, trabajando en esta escuela, conviviendo diariamente con estos niños y niñas, sus familias y con las profesoras, llego la hora de decir adiós, o mejor dicho, un hasta luego. Aquí he construido una familia, mi familia, de la que no me quiero separar. Mi corazón se encuentra dividido en espacios muy distantes entre sí, y no quiero dejar de estar en ninguno de los dos. Es demasiado lo que se ha creado aquí como para poder decir un simple adiós.

No tengo palabras para describir lo que he vivido aquí, la gratitud y la suerte que he tenido pudiendo vivir todo esto, conociendo a las maravillosas personas de las que me he rodeado. Este es mi pueblo, y esta ya es mi gente, forma parte de mi vida y espero que nunca salga de ella. Y no soy yo sola la que ya me considero ecuatoriana, mejor dicho ricaurteña, si no todos ellos. Cada vez que me dicen que no me vaya, que ya me quede aquí viviendo y lo reconsidero, cada vez que pienso en el momento de mi partida se me despedaza el corazón, en cientos de pedazos, uno por cada maravillosa persona que conocí aquí.

No se cómo voy a afrontar lo que me viene a finales de año, tan sólo sé que repetiría una y mil veces esta experiencia.

Gracias, de todo corazón, gracias, mil gracias.

Esta web utiliza cookies propias y de terceros para su correcto funcionamiento y para fines analíticos. Al hacer clic en el botón Aceptar, acepta el uso de estas tecnologías y el procesamiento de tus datos para estos propósitos. Ver
Privacidad