Itziar Valls

Itziar Valls

Por cosas de la vida llegué hasta aquí, hasta la Fundación Casa de los Niños Santa Teresita de Cascales (FUCANISTEC), casa de los niños, pero también mi hogar durante tres intensos meses, cuyos recuerdos vienen diariamente a mi cabeza.

Para ponernos en contexto, FUCANISTEC se trata de una organización sin ánimo de lucro ubicada en la provincia de Sucumbíos en la región amazónica ecuatoriana. Esta se dedica a luchar por los derechos y la satisfacción de las necesidades básicas de los grupos sociales más vulnerables de este entorno, en este caso específico, de la infancia y la tercera edad. Para ello, cuentan con un Centro de Día de Adultos Mayores y nueve “Casas de los Niños”, siete de ellas en diferentes comunidades de Sucumbíos, una en la ciudad de Guayaquil y otra de ellas en Tucumán (Argentina).

Mi estancia en Cascales y en la fundación ha supuesto un enorme aprendizaje en lo que al mundo de la cooperación para el desarrollo se refiere, así como en la forma de llevar a cabo proyectos sociales desde un contexto totalmente diferente al mío. Es innegable el esfuerzo que lleva a cabo la fundación y las trabajadoras de la misma, a través de los escasos recursos de los que disponen, para sostener proyectos que son esenciales para la vida de los niños y niñas, para su alimentación y su adecuada educación, así como para el bienestar de las personas mayores.

Sin embargo, lo más especial que queda en mi recuerdo de estos tres meses en Ecuador son los valores que he adquirido gracias al intercambio cultural y las relaciones personales establecidas tanto dentro de la fundación como fuera de ella. Desde el primer momento el personal de FUCANISTEC y la población de Cascales te acoge como si fueras parte de su familia, enseñándote los valores, tradiciones y costumbres de la cultura ecuatoriana. Además, FUCANISTEC actúa en varias zonas de Ecuador, lo cual también me permitió viajar y conocer desde dentro diferentes comunidades, conviviendo en los hogares de la gente local e impregnándome de la sencillez y buen corazón de la gente que me ha acogido por el camino.

Siempre formarán parte de mí las largas noches jugando a las cartas con Gladys, Julio y Rafa, los paseos en moto por las comunidades con Pedro, los ratos compartidos con Nely, Yessica y sus familias. Tampoco se me olvidarán las mil historias que los mayores me contaban con tanta ilusión en el centro de día, el entusiasmo con el que nos recibían los niños y las niñas diariamente, y todo lo que aprendí de la cultura indígena en la casa de Wawakunapak Wasi (y lo poco que aprendí de Kichwa!).

Supongo que algunas de las personas que lean esto tienen cierta curiosidad en formar parte de proyectos de este tipo, y quizás de embarcarse en una experiencia como esta. Yo no me lo pensaría dos veces y me subiría otra vez en esos muchos aviones que me llevaron hasta Cascales y que me permitieron aprender, conocer otra parte de mí misma, encontrar una cultura tan interesante, cruzarme con gente especial y con un país con una belleza tan especial.

 

 

 

 

 

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