Amor. Sonrisa. Fe. Mujeres. Fuerza. Presencia.
Éstas son las palabras que más se repiten en el cuaderno que me acompañó durante las tres semanas que tuve la oportunidad de conocer el trabajo que realizan Las Hermanas Adoratrices en República Dominicana, en colaboración con Huauquipura.
Secuestro. Sífilis. Desaparecida. Silencio. Amenazas. Infierno.
También éstas describen la realidad que pude conocer durante ese tiempo.
Todas forman parte de una misma experiencia. Es difícil conjugar los términos para explicarla, pero seis meses después de volver de la isla de los contrastes, el sentimiento que permanece es el de profunda gratitud por todo lo vivido, compartido y aprendido.
Dos meses antes de iniciar el camino junto a Las Adoratrices pude recorrer parte del país, tomando conciencia de la desigualdad que existe en un territorio en el que el lujo y la pobreza se extreman y de la marcada hostilidad que se fomenta entre personas dominicanas y haitianas, que influye a todos los niveles relacionales y estructurales.
Conocer esta parte me hizo comprender mejor la dinámica del país, pero la oportunidad que me dio Huauquipura de colaborar con el trabajo que llevan a cabo Las Adoratrices con mujeres víctimas de trata y prostitución fue abrirme a un mundo totalmente desconocido e incluso me atrevería a decir que ignorado, ya que muchas veces la invisibilización de una realidad tan presente en todo el mundo y que nos toca a todas tan cerca parte de no querer ver la realidad que nos rodea.
Al principio la toma de conciencia es abrumadora, pero el día a día con las mujeres es un caminar desde el amor, la colaboración y la aceptación incondicional. El mundo de la calle es hostil por lo que contrasta enormemente con la ayuda y solidaridad que se ofrecen entre ellas. No tengo palabras para agradecer cómo abrieron sus vidas para compartir historias y sentires. Junto con las Hermanas Adoratrices pude conocerlas en los talleres de producción, en los que participa Huauquipura y que se proponen como una salida para las mujeres del mundo de la prostitución, aprendiendo un oficio con el que puedan obtener otros ingresos. También en la calle, las plazas, los clubs…incluso en sus casas, donde siempre éramos bien recibidas. Como enfermera, el cuidado y el acompañamiento son dos aspectos que intento tener presentes en toda relación, pero siempre recordaré a Las Adoratrices como maestras que me enseñaron a acercarme a las personas de otra manera, desde el amor incodicional. Gracias a ellas, recuperé la Fe, pues hicieron que entendiese a Dios como ese Amor que está presente en cada gesto. Una sonrisa las espera siempre en cada mujer. En muchos casos son las únicas personas que se preocupan por ellas, las únicas que se darán cuenta de si un día faltan y las únicas en las que poder confiar lo que les atormenta. Entendí también la importancia y lo valioso de LA PRESENCIA y cómo comunicando desde el corazón se traspasan las barreras del lenguaje. Los talleres de producción se ofrecen como una oportunidad, pero no todas las mujeres se sienten preparadas para iniciar otro camino, con todo lo que supone. Desde la aceptación del momento de cada persona, otra labor de Las Adoratrices es la de acompañar también a estas mujeres, saliendo cada día a la calle para estar con ellas, atendiendo sus necesidades desde el respeto y con una vocación absoluta. Al terminar el día recuerdan y agradecen a cada mujer y cada momento compartido, por lo que a pesar de la dureza las historias y situaciones que pudimos conocer y vivir, el sentimiento final era el de inmensa gratitud.
Como mujer, el tema de trata y prostitución me ha tocado profundamente, buscando desde entonces maneras de tomar parte activa contra este negocio en el que somos mercancía, productos sin valor. Como persona, la experiencia ha tocado todos los aspectos de mi vida, devolviéndome la confianza en nuestra parte más humana y demostrándome que existen pequeños gestos habitados de un amor inmenso, capaces, sin duda, de transformar mundos.