Fernando Lorenzo

Fernando Lorenzo

Aterricé en Santo Domingo, en la República Dominicana, con la mochila cargada de ilusión y las ganas de aprender, con la intención de intercambiar experiencias y conocer acerca de otras realidades, aquellas que tan lejos quedan desde el sofá de nuestra casa.

Mi destino era Loma de Cabrera, provincia de Dajabón, en la frontera norte dominico-haitiana. Allí se encuentra la Unión de Centros de Madres Fronterizas de Loma de Cabrera y Restauración a la que cariñosamente llamábamos “La Unión”. En principio llegué para una experiencia de voluntariado de corta duración (tres meses) pero debido al calor y al cariño de la gente, al formidable trato que me brindaron, la experiencia terminó siendo de un año, un año increíble de vivencias y aprendizajes.

Entré a vivir en una bonita casa con otras personas voluntarias y la técnico de proyectos; estaba situada en el centro del pueblo y con una terraza que jamás borraré de la memoria. Convivir con más gente hizo las cosas muy sencillas, siempre me sentí arropado, compartiendo vivencias y buenos momentos.

Chin a chin (poco a poco) pude ir conociendo la vida en La Unión. Allí trabajaba un grupo de mujeres que son la cara visible de una organización que integra a un total de 47 Centros de Madres de las distintas comunidades. Esas mujeres desde el primer día se convirtieron en mi familia, abriéndome la puerta de sus casas y cuidándome como a uno más; ese calor me acompañó durante toda mi experiencia en Dominicana.

El Centro de Formación Técnica es el espacio donde se desarrolla la actividad central de la organización. Desde que fue construido se han impartido numerosos cursos de formación trabajando en colaboración con el INFOTEP (Instituto Nacional de Formación Técnico Profesional), dando la oportunidad a las mujeres de recibir formación sobre costura, repostería, macramé, mercadeo, elaboración de jabones, etc. Las mujeres, a raíz de la capacitación sobre elaboración de jabones, andaban inmersas en la producción y venta, sus productos estrella son por un lado el Jabón de Cuaba para lavar la ropa, y por otro las “gotitas” (producto para el cabello que todas las mujeres utilizan) y el mentol.

Paralelamente estábamos trabajando con un programa de fondos rotatorios para iniciar actividades productivas que funcionaba sorprendentemente bien, digo esto porque habitualmente este tipo de fondos tienen una alta tasa de morosidad o impago y en este caso la primera ronda había sido devuelta casi íntegramente, dándole la oportunidad a nuevas socias para emprender. En esta fase participé como facilitador para la identificación de oportunidades de negocio y nociones básicas de gestión y planificación.

En La Unión, desde hace algún año, hay diversos Centros de Madres que tienen formados grupos de auto-ahorro con el propósito de generar ahorro personal y un fondo de emergencia para hacer frente solidariamente a posibles imprevistos que pudieran darse en el grupo, estos grupos les permiten (a las ahorradoras más constantes) llegar al reparto de fin de año con algunos “chelitos” para lo que cada una considere menester.

La última iniciativa de las mujeres es que vendían helados que traían de Santiago de los Caballeros aprovechando los viajes que se hacían para hacer “diligencias”. Más tarde gracias a uno de los proyectos de Huauquipura pudo comprarse maquinaria y recibir las capacitaciones para elaborar artesanalmente el helado, ¡cuánto echo de menos aquellos deliciosos helados!

Me resulta imposible sintetizar el sinfín de experiencias que he tenido la oportunidad de vivir, lo aprendido y lo aprehendido. El voluntariado ha sido mi primer paso en el camino, una profunda reflexión sobre el deber de solidaridad que nos atañe. Siempre, siempre, estaré agradecido a la oportunidad que me dio Huauquipura de formar parte, de integrarme en uno de sus proyectos en una isla caribeña donde el tiempo se para y la vida avanza al son del merengue y la bachata.

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