Patricia Arruga, Eduardo Castillo y Cristina Menéndez

Patricia Arruga, Eduardo Castillo y Cristina Menéndez

Solo hay un requisito para disfrutar de las experiencias: tener muchas ganas de conocer el mundo entrando a fondo en él.

Somos tres jóvenes, Eduardo, Cristina y Patricia, amigos de la Universidad, que decidimos viajar un mes en verano para vivir una experiencia de voluntariado lejos de casa. A través de Huauquipura contactamos con La Federación de Mujeres de Sucumbíos de Ecuador con la que colabora. La provincia de Sucumbíos se encuentra en el norte del país, haciendo frontera con Colombia y la Federación de Mujeres (conocida allí como La Fede) está formada por un conjunto de organizaciones que se encargan de ayudar a mujeres víctimas de violencia de género.

Desde allí pedían monitores para un campamento destinado a los hijos e hijas de las mujeres que pertenecen a esta Institución y para niños/as de otras Comunidades cercanas a Lago Agrio, capital de la Provincia de Sucumbíos. Sin pensárnoslo dos veces, ya estábamos metiendo juegos y pinturas en las maletas para preparar el campamento.

Llegamos allí y sin darnos cuenta ya formábamos parte de una gran familia que nos hizo sentir como en casa. Las trabajadoras de la Fede, las voluntarias que se dejaban la piel día a día para que todas esas mujeres protagonistas saliesen adelante y tuviesen un futuro digno por el que luchar. Juntas lo conseguían. No parábammos de hacernos preguntas, compartir experiencias con las mujeres fue un choque de realidad en nuestras vidas. Hay muchísimo por conocer y nosotros tuvimos la oportunidad de vivirlo, de sentir en cierto modo el dolor que tenían las miradas de las mujeres, pero sobretodo de aprender que es posible salir adelante y rehacer una vida mermada por la violencia. Todo ello no sería posible sin la inmensa labor que hace la Fede y todas las personas que de una forma u otra contribuyen con ella.

“Gracias por el mejor verano de mi vida”, “Sois los mejores profesores que hemos tenido”, así acabo nuestro campamento. Los niños/as se olvidaron durante unos cuantos días de su realidad. Tratamos de dejarles un mensaje de no violencia, de respeto y tolerancia. Nos volvimos niños jugando al pañuelo y haciendo dibujos, adolescentes hablando con las niñas de cómo tienen que hacerse respetar; pero sobretodo, abrimos nuestra mente. Nos dimos cuenta que hay muchas formas de vida, mucha cultura que está lejos, pero existe. Mucha alegría y mucho cariño que recibir y más importante, que dar.
Fue una experiencia increíble. Lo que aprendimos en un mes no se puede explicar.

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